Mientras deshacíamos las maletas,
dejamos que el calentador obrase el milagro. Poco a poco, los ánimos
empezaron a avivarse, las risas resonaban acompañando miradas
cómplices; el calor despertó ese algo adormecido que nos tenía tan
callados.
La temperatura subía al mismo ritmo
que nuestros cuerpos enardecidos reclamaban el contrario. Cuando el
fervor se descontroló, la pasión empezó a entibiarse, a asfixiar
nuestro hogar y el bochorno nos agarrotó de nuevo.
Apagamos el interruptor y decidimos
abandonarnos una vez más al silencio esperando un nuevo reencuentro.
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