Desde
que se levantaba hasta que se acostaba, todas sus acciones estaban
perfectamente coordinadas. Preparaba, colocaba y consumía su
desayuno por orden alfabético; al igual que el resto de comidas, que
respondían a una estricta dieta que seguía desde hacía años para
no engordar ni adelgazar ni un gramo, de esta forma, toda su ropa,
ordenada por colores y cuidada con un mimo desmesurado, llegaba a
durarle más de una década.
En
su trabajo todos le respetaban, entregaba sus encargos puntual, con
una documentación impecable donde cuidaba cada punto; pero en los
doce años que llevaba en su puesto no había logrado hacer ningún
amigo. No era por falta de educación, pues hasta en el trato era
excelente, sino por falta de implicación.
En
su casa era igual. Llevaba toda la vida viviendo en el mismo piso y
jamás asistió a ninguna reunión de vecinos ni se paraba a charlar
con nadie, salvo para dar los buenos días o comentar el tiempo.
Un
buen día, al llegar a casa, se encontró una caja de cartón en la
puerta con una nota en la que rezaba: «Sé que cuidará bien de
usted». Se extrañó, consumir más de un minuto en la indecisión
de abrirla suponía un retraso en su segunda ducha diaria. Cogió el
paquete y entró en casa. Se duchó, se puso el pijama, organizó la
ropa para el día siguiente, preparó su cena y cuando estuvo sentado
en la mesa del comedor, con el tenedor en la mano, se fijó de nuevo
en la caja que descansaba sobre el sofá.
Desoyendo
a su conciencia que le decía que lo primero era la lechuga, se
dirigió hacia el cartón. Al levantarlo vio que la tapicería estaba
empapada.
–Pero,
¿qué es esto?
Dejó
el paquete en el suelo y empezó a limpiar la tela con el spray y el
cepillo hasta dejarla reluciente sin dejar de mirar su plato que,
desde la mesa, le recordaba que ya iba con retraso. Cuando acabó,
volvió a la mesa.
Casi
se ahogó con un trozo de tomate cuando vio que la caja se movía
sola. Se acercó de nuevo y la abrió. El cachorro de beagle sonrió
de oreja y lamió su cara sin dejar de mover el rabito, salió de un
salto y después de hacerse pis en un par de patas del sofá y alguna
silla, y caca detrás del ficus, se subió a la mesa y se comió sus
salchichas. Satisfecho, volvió a los pies de don Ramón, que ante
tanto caos se quedó paralizado, y se tumbó panza arriba para que le
acariciara.
A partir de aquel momento la vida de don Ramón se volvió perfectamente imperfecta.
A partir de aquel momento la vida de don Ramón se volvió perfectamente imperfecta.
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