El mago metió la mano en el sombrero, pero no halló lo que buscaba. Como el público se empezaba a impacientar, insistió una vez más. Agarró con firmeza lo primero que encontró sin percatarse de que era su propio pie derecho y tiró con todas sus fuerzas. Entonces, el mago empezó a entrar y salir de la chistera sin parar. La gente aplaudía con entusiasmo al ver tal espectáculo; mientras, el conejo observaba riendo a carcajadas entre bambalinas.
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