miércoles, 3 de abril de 2024

No hay despedidas más tristes que las que no se esperan

De haberlo sabido no habría abierto la puerta. Cuando sonó el timbre me levanté con prisa y, como siempre, olvidé la mirilla.

Allí estaba él. Sólo una mirada me bastó para recuperar la fe. Algo despertó súbitamente en mi cuerpo, recorriendo cada pensamiento, cada intención. Sentí miedo, alivio, pasión, tristeza… Fueron unos segundos complicados, como una tormenta de verano. Con su mirada llegaron los nubarrones, con su sonrisa empezaron los truenos, con el tacto de su mano comenzó la lluvia copiosa y con su abrazo la paz.

Lo sé, no hay despedidas más tristes que las que no se esperan. Te juro que no lo tenía planeado.

Fui corriendo al cuarto. Abrí el armario y los cajones. Saqué inútilmente la maleta y empecé a recoger. Fotos de familia, el prendedor de mi abuela, el anillo con el sello familiar… Tanto guardé que luego no cabía la ropa. Decidir qué llevarme y qué dejar fue lo más difícil. Nuestra casa está llena de recuerdos, pero apremiaba la partida. Al final opté por no coger nada salvo mi anillo de boda y lo metí en el bolsillo derecho del vaquero.

Después fui al baño, quería estar presentable para él que, paciente, seguía aguardando en la puerta. Tardé un poco en peinarme, no me veía bien con nada. Me puse rubor en las mejillas y pinté mis labios, quería tener buena cara.

Salí despacio por el pasillo, de pronto olvidé la premura. A cada paso que daba necesitaba contar las baldosas, recorrer cada forma del gotelé en las paredes y poner rectos los cuadros. Hasta quité el polvo de algún marco. Llegué cabizbaja al salón. Me detuve en la jamba. Su mirada, antes dulce, se había tornado desconfiada y gris.

Sinceramente, creo que no estoy preparada.

¿Y quién lo está?

Aguanté las lágrimas y me escondí en la cocina. Pensé que debía dejarte, al menos, la cena hecha. Ya, me dirás que precisamente cocinar nunca ha sido mi fuerte, pero te dejé el sándwich especial. Todo preparado en su sitio y hasta el vaso con agua. Y de postre, un bombón, aunque sé que lo dejarás ahí muerto de risa.

Al salir me quedé por un instante quieta en medio de la sala. Todo comenzó a girar a mi alrededor. Todo este cambio de repente y yo… yo no estaba preparada. Metí la mano en mi bolsillo y busqué mi anillo, recorrí la inscripción con la yema de mis dedos ¡Ha pasado tanto tiempo! ¡Te sigo queriendo como el primer día!

―Ahora estoy segura, no es el momento.

―¿Acaso crees que depende ti? La vida sigue su curso. Nadie es imprescindible para nadie.

―¡Lo soy para mí!

―¿Y quién eres?

Cuando iba a responder no recordaba mi nombre. Entonces lo vi con claridad, había llegado el momento, supe que todo ese amor que sentí al principio era tuyo, sólo tuyo.

Hermes vino a hacer su trabajo y lo único que lamento es no poder despedirme de ti como me hubiera gustado.

Tuya siempre.

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