martes, 20 de julio de 2010

De paseo por Ikea

Ese sábado no teníamos nada que hacer y decidimos coger el coche e irnos «de excursión» a Ikea. Me encantan los grandes centros comerciales y, sobre todo, este que tiene de todo y a buen precio, del que siempre sales comprando algo de lo que necesitas y mucho de lo que no.
Nos encontrábamos paseando cual domingueros por el pasillo número 4, en la sección de muebles de baño marca Godmorgon, ideal para aseos por los que pasa un alto índice de tráfico humano. Mi marido, Manuel, como buen ingeniero que es, se acercaba a los muebles y abría todos los cajones, observaba los detalles de la instalación y, si podía, hasta lo desmontaba para volver a montarlo después y saber así si era o no el ideal.
En una de estas «pruebas de resistencia» ―y lo digo más por mí que por el mueble―, Manuel se quedó paralizado mientras miraba al frente cual espejo inexistente. Alguien, al lado opuesto del expositor, también se había quedado perplejo al verlo. Eran como dos gotas de agua, altos y delgados. Llevaban el mismo corte de pelo, modelo de gafas y una ropa muy parecida. Ambos levantaron lentamente la mano y se saludaron amablemente.
De las muchas ideas que me rondaron es que podrían ser hermanos, separados al nacer en plan «peliculero», o quizá un doble de esos que dicen que circulan por el mundo. Los dos sonreían como niños hasta que al fin Manuel rompió el hielo y empezó a hablar:
―Hola, mi nombre es... es. ―Arrancó entre balbuceos y antes de que pudiera acabar el otro hombre empezó a hablar en un idioma incomprensible.
Automáticamente los dos callaron, se saludaron de nuevo y continuaron con sus quehaceres con si nada hubiera ocurrido.

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