miércoles, 9 de febrero de 2011

El peso de mi dolor

Llevo doce días encerrada entre las cuatro paredes de mi casa. Doce días con la única salida a la consulta del médico que más que esperanzas solo aportó desaliento a mis medios pasos. Mi tobillo sigue resentido conmigo por el abatimiento al que lo sometí; al menos ya he hecho las paces con mi rodilla izquierda y el morado se dispersa al mismo tiempo que curan mis heridas.
Pero, ¿cómo se cuantifica el dolor? ¿Cómo se mide la tristeza que provoca?
Podría medirse en tiempo: doce días de reposo, con el pie en alto y aguantando el roce de la escayola que ha provocado otras moraduras nuevas. Doce días con todas sus horas aguantando esta condena que por ahora no concreta su fin.
Quizá en espacio: todo ese que ha quedado libre de puertas para fuera. Todo este espacio que ahora ocupo en mi casa: el sofá y la cama.
Y el dolor: hormigueo, puntazas, escozor; la agresividad de mis terminaciones nerviosas tienen muchos nombres, pero es peor el dolor subjetivo, ese que relaciona al individuo con el tipo de lesión. Intento modular mi dolor percibiendo el sufrimiento como algo pasajero, pero estoy aquí y ahora, y en este preciso instante mi dolor pesa como tanto como mi desesperanza.

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