jueves, 10 de febrero de 2011

No quiero seguir lloviendo


Maya se asomó a la ventana; la tarde estaba gris, fresca y algo removida por el viento. Apoyó ambos brazos en el alféizar evitando la pintura levantada por la humedad y dejó caer la barbilla sobre sus manos cruzadas.
―Maya, hija, cierra la ventana, entra frío.― Indicó la madre mientras terminaba de estirar el edredón de la pequeña cama.
―Mamá yo sé lo que hay más allá del cielo, más lejos que las estrellas...
La mujer se detiene un momento y se sienta en el borde del colchón con cuidado. Observa a su hija que, mientras juega con el vuelo de su falda, no cesa de mirar hacia fuera.
―Dime cariño, ¿qué crees que hay allá en lo alto?
―No lo creo mamá, estoy segura. Allí está papá y nos mira todo el tiempo.
La mujer saca un pañuelo del bolsillo y limpia las lágrimas en silencio, evitando que su hija perciba su tristeza.
―Es posible, todo es posible...
Comienza a llover; es una lluvia fina y suave que llevada por el céfiro termina sobre la niña. Maya imagina las manos de su padre acariciándola y sonríe, pero no es más que el agua recorriendo sus mejillas. Después de un rato bajo la llovizna, cierra la ventana y se queda allí, mirando hacia el infinito, secando la mezcla salada del agua y las lágrimas que se le han escapado.
―Papá te echo de menos, te quiero y te querré siempre, pero no quiero seguir lloviendo.

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