jueves, 7 de julio de 2011

Las lágrimas de mi reflejo

Me he cruzado con ella esta mañana, hacía años que no la veía. Apenas la conocí, ha cambiado mucho. Fuimos juntas al instituto y ya entonces marcaba diferencias. No era especialmente guapa, ni especialmente lista, pero tenía algo en la mirada y un cuerpo algo adelantado a su edad que le daba la oportunidad de tener al chico que quisiera. Los años y los hombres la han tratado mal. Sé que se dio a la bebida. Empezó a lo tonto, con los licorcitos después de las comidas y las cervezas con los amigos. Es fácil que pensara que era la mejor forma de olvidar las penas, yo también lo pensé en su día. Después, convirtió las salidas diarias en normalidad; lo sé porque me la encontré en más de una ocasión. Y cuando al fin bebía cualquier cosa a cualquier hora del día, entonces se convirtió en una alcohólica. Pero no lo hizo porque sí, tenía una razón: jamás lloraba en su estado natural. No importaba que su marido la maltratara ni que llevaran una vida de miserias. Llevaba escrito en su piel más de una tristeza que jamás cicatrizaba: el abandono de su padre, la muerte de su madre, las humillaciones de su hombre... Se sentía tan sola, tan vacía, que las lágrimas se convertían en un lujo que solo se permitía en los estados embriaguez.
Hoy la he visto, de pasada; cuando he pronunciado su nombre se ha detenido frente a mí y ha roto a llorar. Era mi reflejo frente al espejo. He dejado de ser tanto tiempo yo misma ocultando mis miedos, que a penas me he reconocido. Lloraba, pero no sentía cada lágrima como mía. Es una sensación extraña esto de verse atrapada en un cuerpo sabiendo que es el tuyo. He querido volver al pasado, a aquellos quince en el que aún tenía la posibilidad de ser alguien. He cogido un botellín vacío que había sobre la mesilla y lo he arrojado contra el espejo que se ha hecho mil trozos en un momento. Ahora me arrepiento de haber cogido ese cristal y haberme cortado las venas, no tanto por el dolor sino por lo que a lo largo costará sacar las manchas de la alfombra. Debía haberme tomado otro trago antes del arranque de justicia para, al menos, llorar mi ausencia.

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