martes, 5 de julio de 2011

A luz del lambrusco

Le mandé un mensaje avisando de mi visita a la capital por motivos de trabajo. Él inmediatamente hizo un hueco en su agenda y reservó en un italiano para comer. Allí nos encontramos, hablando de nimiedades. En un momento me alargó su mano como hace muchos años, entonces le ofrecí la mía y pasamos la tarde amarrados compartiendo mesa con otra que deseaba ser su amante y una tercera que después sería su novia. No quise repetir la sensación. «¿Qué hago, te perdono?». A día de hoy mis sentimientos y yo hemos hecho las paces; no por ello mis sueños.

No hay comentarios: