martes, 5 de julio de 2011

Para mi epitafio



Compuse tu nombre con las hebras de mi sangre.
Desahucié los recuerdos que no portaban tu rostro.
Porque en el momento en que se acercaba la muerte
quise tenerte aún más presente, sin más a lo que amarrarme.
Pero no existe Dios, ni la vida pasa toda por delante.
No hay luz al final porque no hay túnel en el camino.
Solo obscuridad, silencio, ruina y destrucción.
Y un último aliento, desgarrado de absurda evocación
de lo que no fue y pudo haber sido nuestro.
Que escriban alto y claro en mi epitafio:
«Aquí yace en sepulcro una mujer enamorada».

1 comentario:

Anónimo dijo...

Qué versos tan duros y a la vez tan hermosos...