miércoles, 10 de agosto de 2011

40 en cuadrante

Hoy hace exactamente 40 días comenzó mi enfermedad. Ningún médico ha sabido explicarme el origen, el tratamiento ni, por desgracia, la solución; no hay cura para esto de lo que adolezco.
El primer día no le di importancia. Empezó como una pequeña mancha negra, perfectamente definida en cuadrado perfecto. El primer cuadrante de mi cuerpo casi me dio risa, pensé que me habría manchado con algo, pero no salía ni con alcohol; «la tinta es persistente», pensé.
En los días sucesivos, la mancha se fue extendiendo matemáticamente por mi pierna, desde la planta hacia la rodilla. Su perfección, sus ángulos de 90 grados bien determinados, en una progresión impecable levantaron las sospechas. Mi médico de cabecera pensó que me lo había pintado yo misma y ante tal ofensa le invité a restregar con algodón la dichosa mancha. Nada, no salía.
―Ya se lo dije, he probado con alcohol y agua oxigenada, pero no hay efecto ninguno.
―¿Seguro que no te lo has tatuado? ―Preguntó mi médico incrédulo ante la visión.
―Que no, ya le he dicho que empezó hace unos días. No me duele, no me pica, no me nada de nada. Solo crece.
―No sé qué puede ser. Igual una alergia, un herpes o quizá un hongo... ―Decía mientras no dejaba de mirarme la pierna.
Me bajé de la camilla y coloqué la pernera del vaquero. «Usted dirá», añadí sentenciosa. Me mandó una pomada y me dijo que volviera en unos días. Y así, transcurrida una semana, volví a la consulta con ambas piernas dibujadas en perfecta simetría. El problema no cesaba. Mi médico, quizá previendo el tema, se hizo acompañar de un par de colegas. Diagnóstico: visita urgente al dermatólogo.
Habían pasado 25 días cuando acudí al especialista. Este «extraño tetris», como yo lo llamo, llegaba ya a la altura de mi vientre, dibujando cual serpiente una espiral en dirección a mi ombligo.
―Además de ser un fenómeno ciertamente extraño, es caprichoso ―Aseveró el doctor.
A la vista de varios facultativos, enfermeras, auxiliares y algún administrativo del hospital, mi cuadrante epitelial empezó a tomar fama casi a la misma velocidad a la que se iba extendiendo.
Hace apenas 10 días recibí una llamada inesperada. Ingenieros de la NASA querían consultar mi estado, vamos, «verme el culo cuadrado», como le gustaba bromear a mi hermano. Cuando se acercaron a casa, con la presencia de prácticamente toda mi familia, los sabelotodos sacaron de sus maletas negras extraños artefactos con los que empezaron a estudiar el efecto cuadrático. Después de un largo rato de deliberación tras estudiar las muestras me dieron un veredicto: «Lo que usted tiene es muerte».
«¿Muerte? No sabía que fuera una enfermedad», pensé en alto. Se hizo un silencio pesado. Justo en el instante en el que mi madre se acercaba a abrazarme surgió otro de esos odiados cuadrados justo en la boca haciendo perder a mis labios su forma cuasi-perfecta. Uno de los técnicos de la agencia aeroespacial se lanzó a por mi madre arrojándola al suelo. «Señora, acabo de salvarle la vida».
Demasiadas películas ha visto esta gente. Los eché a todos y me quedé sola en casa.
Han pasado 40 días desde que empezó mi viaje hacia el destino final. Mi enfermedad: la muerte. Ni antibióticos ni antiinflamatorios ni siquiera antidepresivos han conseguido frenar este proceso; aunque con la cantidad de pastillas que he ingerido a lo largo de esta cuarentena bien podía haberme quedado en el sitio por una indigestión.
Esta noche, a las 11:59 en punto es mi cumpleaños. Solo queda un espacio en blanco en mi cuerpo, está en la frente. Llevo un rato sentada frente al espejo, desnuda, solo mi cuerpo y los malditos cuadriláteros. En los momentos de desasosiego vuelvo a hacer repaso por si entonces comí algo que me hubiera sentado mal, después, cuando me recupero, pienso en mis seres queridos y me arrepiento de todo, o casi, el daño que he hecho.
Las 11:40. Hace un rato llamé a mis padres y a mis hermanos para despedirme; el final de mi enfermedad he decidido pasarlo en soledad. No necesito calmantes, pues no me duele nada. Ni consuelo porque no lo hay.
Las 11:58. En cuestión de un minuto todo habrá acabado. El marco restante empieza a oscurecerse. ¡Qué tonta! ¡No probé con una goma de borrar!

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