Moriré porque soy silencio,
porque no soy nada,
y aunque fuera palabra pronunciada
mi vida sería aún más breve,
tan corta como un suspiro.
Moriré siempre, porque soy «fin».
Y fui «principio» hace tiempo,
tanto que ya no lo recuerdo.
Soy término indeterminado
sin cuerpo, tamaño o fuente.
Moriré pues soy «destino»,
sin dirección ni rumbo fijo,
acabaré en horizonte lejano
de sombras caducas y obscuridad,
agonizando cual día tras la noche.
Moriré, no hay posible absolución
para el pecado de mi pensamiento:
acabar con mi inexistencia,
con la triste búsqueda de la verdad
que daría sentido a mi presencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario