miércoles, 28 de septiembre de 2011

El reto

La había visto varias veces paseando a su perro por el barrio. El otro me la crucé en el ascensor, tenía la mirada triste y parecía algo perdida. Supongo que fue el halo de melancolía que dejó a su paso el que me enganchó irremediablemente a ella.
Hoy he permanecido pendiente de su llegada y su salida. He forzado el momento para encontrarnos de nuevo y, casi acompañándola a la puerta de la calle, le he preguntado si necesitaba algo... «Llorar, no puedo», ha sido  su única respuesta y desde ese instante mi único objetivo es hacerle sonreír de nuevo.

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