viernes, 21 de octubre de 2011

Mis pies en el metro

Una hora de trayecto. No había apenas nadie en el vagón. Viajé todo el tiempo concentrada en mis pies cruzados al final de mis piernas. Apenas consumí cuatro palabras con mi compañera de viaje, me costaba fabricar sonrisas; con la sensación de verme de nuevo alejada de la conversación, del momento, incluso antes, durante la charla en la cena. Solo fui capaz de coger la cámara e inmortalizar cualquier rostro que no fuera el mío, y de veras que lo siento más por mis amigos que por mí.
Volví a mis pies, a mis propios pasos, a la decisión que me había llevado hasta ahí. Me veía atrapada entre los hierros, en la necesidad de volver al silencio. ¿Quién soy? ¿Qué he hecho? ¿Podría haber salido peor?
"A ver, céntrate, mira las puntas de tus botas manchadas con la tierra de los jardines del Palacio Real, disfruta ese paseo de nuevo". Sí, esa era la opción adecuada, trasladarme otra vez a la buena compañía, a la charla sobre arte, a las miradas perdidas y... "¿otra vez miras el móvil?". Esperaba una llamada, por qué no.
Intentar averiguar cómo fue su tarde, si lo pensó tanto como yo... Él lo tenía más fácil: "El siguiente, por favor". Definitivamente necesito un trabajo ya, algo en que ocupar la cabeza. "En cuanto llegue cogeré el manual y me pondré a leer sobre mayúsculas y minúsculas".
"Minúscula" es quizá la palabra que mejor me defina... "No, céntrate de nuevo, ¡por Dios, si calzas un 41!"
Y vuelta al vagón. ¿Me dejarían viajar eternamente al precio de un único viaje? Cambiaría de asiento de vez en cuando y, quizá, cuando estuvieran todos desgastados y sin color me bajaría para descubrir hacia dónde me dirigen mis nuevos pasos.

1 comentario:

P. Shada dijo...

¡Qué bueno! Otra vez creo que hay por ahí algún punto y seguido que se ha camuflado detrás de una coma o un punto y coma.
Te quiero, escritora.
P. Shada