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Aún recuerda la primera mañana que
despertó junta a ella. La tela solo le cubría hasta la cadera
dejando al descubierto unas curvas perfectas y su espalda desnuda
definida por sus largos cabellos. Permaneció allí un rato
observándola, acariciando su piel con cuidado de no despertarla.
Cuando el sueño llegó a su fin, ella se sentó sobre la cama
contoneando su cuerpo y estirando los brazos para desperezarse. La
luz que entraba por la ventana dibujó sobre la pared su sombra.
Aún recuerda la mañana siguiente,
junto a ella. Haciendo el amor sin prisa, compartiendo el placer como
solo la experiencia enseña; al final, las sábanas revueltas
volvieron a dibujar su figura. Todo lo que le rodeaba parecía
amarla. Él no quería que se escapara ningún detalle, siempre pensó
que el amor, aunque fuera tardío, debía conservarlo en todos sus
matices.
A partir de entonces llevó siempre
encima un rotulador negro con el que fue dibujando los contornos que
el cuerpo de su mujer indicaba. No importaba la superficie: pintura,
madera o cristal. La dibujó en las paredes, las puertas y los
armarios, en la mampara de la ducha... Cualquier postura era buena:
sentada, bailando o simplemente dormida aparecía en todos los
rincones de su casa. Para completar su juego, ella rellenaba sus
siluetas con flores de colores. Y así, los dos, entre risas e
ilusiones, fueron descolgando cada día un cuadro hasta llenar su
vida de alegres viñetas. Pero el destino es caprichoso y cuando más
se amaban, vino la muerte a llevársela de su lado.
Aún recuerda la primer mañana... La
primera sin ella. Abrió los ojos y miró hacia su lado de la cama,
repasó despacio el vacío de su ausencia. Su dulce olor todavía
sobre la almohada, la bata colgada en la percha y sus pendientes
sobre la cómoda. Miró hacia la pared del fondo y recordó su
primera sombra. Lloró... Quiso morirse en aquel preciso instante y
se volvió intentando borrar el recuerdo. Pasaron los días sin saber
qué hacer. Como un fantasma recorría los pasillos, las
habitaciones, repasando cada trazo. Se sentaba a su lado en el salón
mientras ella tejía una manta que nunca acabará, descansaba sobre
las puertas tomando sus manos para volver a bailar el vals de su boda
y por las noches amaba su espacio intentando recuperar antiguos
aromas.
Una mañana sin saber cómo el
rotulador apareció sobre su mesita y un tímido rayo de luz atravesó
la habitación indicándole el punto exacto donde debía empezar a
perfilar. Se levantó y con la mano temblorosa volvió a pintarla.
Era tan fácil repasar cada curvatura de su cuerpo, lo conocía al
detalle, y en una caricia la tuvo de nuevo frente a él. La hubiera
abrazado si pudiera, pero solo pudo apoyarse sobre la pared para
besar unos labios que ya no estaban. Durante varios días se dedicó
a tapar las rosas y margaritas rellenando cada contorno de un negro
intenso, pues ahora solo quedan las sombras de lo que fueron.
1 comentario:
El relato más bonito que he leido en el blog, puro sentimiento....
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