lunes, 5 de marzo de 2012

Carta de despedida

Querido mío:
No quedaba tiempo, lo sabías; ya no había días suficientes que nos permitieran continuar, treinta años dan para mucho y tú y yo lo habíamos hecho todo. Lo siento, lo siento de veras; te dije que te amaría siempre y así será.
Esta mañana no fue mucho más distinta al resto de las anteriores. Al despertar te encontré dormido con el hilillo de baba cayéndote de lado, una vez más me quité los tapones de los oídos con la absurda idea de que al fin habrías dejado de roncar... «Ensordecedor», no hay otro adjetivo, y lo peor es que jamás lo admitiste. Lo confieso, me levantaba a las siete de la mañana no porque tuviera mucho que hacer sino porque siempre me faltaban tareas para huir de tu lado. Qué sensación tan terrible quererte tanto como te aborrecía, pero la vida, nuestra vida de casados fue así desde el principio.
No soy capaz de encontrar la razón que me llevó a hacer lo que hice... Hoy no era ningún día especial, ni siquiera nuestro aniversario ―ese que olvidaste desde el segundo―, solo un domingo cualquiera de primavera, de esos en los que la gente "normal" sale a pasear de la mano y disfrutar del buen tiempo; pero, claro, tú seguías en la cama y yo llevaba ya tres horas dedicada a la casa.
Mientras preparaba el desayuno, encontré al fondo de un cajón las pastillas que el médico me recetó para dormir. Pensé que las había tirado, soñé que me las había tomado todas de golpe y me había ido al otro barrio, pero ¿por qué yo? Me quedé un rato mirando el bote, leyendo la etiqueta sin entender absolutamente nada de ingredientes ni de intenciones. Aún no habían caducado y quedaba más de la mitad del frasco. Lo dejé sobre la encimera y fui a ver si seguías durmiendo; no hizo falta llegar hasta la habitación, tus ronquidos podían oírse desde la calle.
¿Cómo lo llaman? ¿Enajenación mental? Aceptaré el alegato si se da el caso, de momento solo lo sabremos tú y yo.
Machaqué con cuidado de no hacer ruido cada pastilla del envase: «Esta por papá, esta por mamá... Esta por los cumpleaños olvidados. Esta por todos los desprecios que me has hecho. Esta por gastarte nuestros ahorros en tu coche. Esta....s (varias a la vez solo en esta ocasión) por todas las putas a las que te has tirado.» Encontré mas motivos que grajeas había, así que continué con los preparativos. Saqué las naranjas que compré el día anterior y te preparé un zumo, añadí dos cucharadas colmadas de azúcar para velar el sabor y lo mezclé todo. Sobre la mesa, esperándote, una taza de café, unas tostadas, la mermelada y el zumo.
Encendí el televisor de la cocina y subí el volumen con intención de despertarte. Solo tardaste una hora en aparecer, semidesnudo y con el pelo enredado. Hubiera preferido que aparecieras con el traje de la boda, tan elegante, pero supongo que no era el momento. Ni un «buenos días, cariño» ni un beso en la mejilla; hubiera sido demasiado. Mientras tomabas el desayuno y te quejabas de la temperatura del café con la boca llena, yo sacaba los cuchillos del cajón y los limpiaba con mimo. Te fumaste un cigarro mientras te bebías el jugo adulterado de las naranjas; no percibiste su sabor extraño, supongo que la nicotina te había privado del placer y la suerte de haberte librado. Me senté frente a ti sin decir nada; tú mirabas el televisor y cambiabas de canal en intervalos de dos segundos. Antes de llegar al último ya habías caído en un dulce sueño.
No sentí ningún remordimiento, al contrario, me sentía feliz y liberada.
Los cuchillos, bien afilados, brillaban a la luz del sol que entraba por la ventana. Te arrastré no sin dificultad hasta el baño de invitados y allí, sin pensarlo ni media vez, utilicé cada uno de los bisturís improvisados: «Este por papá, este por mamá. Este por cada caricia que me negaste. Este por cada insulto que me dedicaste sin motivo. Este por cada vez que me tomaste a pesar de mi negativa...». Estuve toda la mañana y parte de la tarde trabajando sin descanso, desmembrándote y cada miembro haciéndolo aún más trozos; y cada trozo, aún más pequeño, hasta que solo quedó de ti un montón de carne maloliente.
A eso de las cinco paré para comer algo. Al terminar, fregué sin prisa los cacharros y los restos de tu último desayuno. Volví al baño con un cubo y fui cargando tus restos hasta el patio. Fue todo un acierto el día que decidí levantar la tapia para impedir que los vecinos te vieran salir desnudo a tomar el sol, no tanto por ti sino por ellos. Ahora, esa misma tapia serviría para ocultar tu cuerpo, no tanto por ellos, sino por mí. Fui abonando las lilas, los rosales y los jazmines. Y para terminar, machaqué tus huesos y les di un tinte lila para adornar los tiestos. Antes de dejar el patio hasta el día siguiente, repasé cada rincón; estaba aún más hermoso que esta mañana, la primavera le estaba sentando bien a mis plantas. Piénsalo así, querido, jamás hubieras tenido tantas flores en tu lápida del cementerio.
Volví al baño, aún quedaba por hacer: limpiar cada gota de tu espesa sangre, retirar los pelos del desagüe y perfumar el espacio. Fue un día largo y duro de trabajo. Te juro que no lo tenía planeado, surgió sin pensarlo. Para que no me quede mal sabor de boca por este acto, he decidido marcar la fecha en el calendario; ya que no celebrábamos nuestro aniversario de boda, he pensado celebrar el día de tu asesinato. Te aseguro que esa idea calma mi conciencia. Ahora, al final de la jornada, todo lo veo distinto, todo ha vuelto a su sitio: los cuchillos, la cortina de la ducha, el silencio... Estoy más relajada, creo que mañana no madrugaré, de hecho ya he tirado los tapones a la basura.
Dentro de un par de días, denunciaré tu desaparición a la policía. Nadie sospechará nada, tus escapadas eran más habituales de lo necesario. Nadie te echará de menos, no te soportaba tu familia ni tus compañeros de trabajo. Nuestros amigos se volcarán conmigo, sabré hacer bien el papel de esposa abandonada. No debes preocuparte por mí, si acaso por ti; sabes que no creo en el más allá, pero, reconozcámoslo, si existe dudo que te estén esperando con los brazos abiertos y si lo hacen será para darte dos tortas, bien merecidas.
Descansa en paz, yo lo hago.

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