La encontraron maniatada al cabecero de la cama, boca abajo, completamente desnuda. De su tobillo izquierdo colgaban las bragas con el encaje desgarrado.
Sobre su cuerpo, dibujadas con su propia sangre, cientos de manos continuaban violentas el trabajo de su asesino. Algunas sujetaban sus tobillos y muñecas luchando contra su resistencia, otras apretaban su cuello ahogándola aún muerta, puños cerrados golpeaban su espalda sin piedad y dedos pervertidos estrujaban su culo hasta penetrarlo. Solo una mano piadosa tapaba sus ojos.
Lo que más tarde descubrieron en el laboratorio científico desconcertó a los investigadores del crimen: cientos de huellas sin identificar.
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