lunes, 12 de diciembre de 2022

El camisero real

El camisero real gozaba de una fama infinita. De todos los reinos acudían caballeros con problemas de pareja, pero no a hacer terapia, no. La solución del camisero a todas aquellas damas que se negaban a ser subyugadas era un proceso fácil aunque no exento de trabajo.

Primero ponía en remojo a la señora en cuestión dentro de una bañera con agua bien caliente mezclada con un jabón del cual sólo él conocía su composición. Después de una larga hora en la que la mujer casi había perdido el sentido, imagino que del aburrimiento, le hacía salir junto con su vergüenza, y con un paño húmedo restregaba su cuerpo y su alma hasta que apenas dejaba voluntad alguna. Después la envolvía con una tela elegida por el marido, imagino que por darle algo de protagonismo en el proceso, y la dejaba fuera, hiciera frío o calor, para que secara al aire libre.

Ya sólo faltaba la plancha para lo cual el camisero tenía un don especial. Con todo el mimo del mundo repasaba cada recoveco y doblaba casi con amor a la dama cual camisa con el estampado elegido por su pareja. Ella, con la abulia impuesta, se dejaba hacer. Imaginad por un segundo este proceso, cual bailarina esquelética doblándose sobre sí misma con la facilidad con la que una pluma se mece al viento.

Así, como una camisa más, cuando un señor se cansaba de su señora, la colocaba en una repisa de su armario y disimulando el luto seguía con su vida y un guardarropa más amplio.

Los servicios del camisero no eran muy caros, no le hacía falta inflar el precio ni siquiera en tiempos más difíciles porque trabajo no le faltaba. Ni el paso del tiempo ni los cambios de moda le afectaron jamás ni a él ni a sus herederos que tenían el negocio asegurado o, al menos, así lo creían.

Juraría que fue a mis quince cuando empecé a darme cuenta de que cada vez había menos tiendas especializadas y que el oficio parecía ir perdiendo fuelle, de lo cual, como mujer, me alegro. No creo que convertirnos en camisas bien dobladas sea la solución a los problemas maritales. Pero sé que aún queda una, la más antigua camisería de Praga que conserva en sus estantes piezas únicas que presumen ser de siglos pasados. Ganas me dan de ir a desdoblar a las buenas mujeres que allí reposan.

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